Desafió los límites del humor, brilló en cine, teatro y televisión. Cuando entendió que el rumbo era otro, lo consiguió y se consolidó como uno de los grandes protagonistas del espectáculo argentino.
La pasión por la actuación ardía en su interior mucho antes de que el mundo supiera su nombre. Desde muy chico, Guillermo Francella supo que su destino estaba ligado al escenario, a las cámaras, a esa adrenalina única que genera el arte de interpretar. No había lógica ni razón que pudiera detenerlo. Era 1972 cuando, recién salido del colegio, se confabuló con un grupo de amigos para dar su primer gran paso en el mundo del teatro. Encontraron la comedia Charlatanes, de Julio Escobar, la ensayaron con devoción durante tres largos meses y, finalmente, la representaron en dos intensas noches que marcaron su vida para siempre. No había vuelta atrás: la actuación lo había conquistado.
Ese fervor lo llevó a estudiar con la legendaria Alejandra Boero, maestra de maestros, y a sumergirse en el mundo del cine como extra en Los caballeros de la cama redonda (1973), la película que inauguró la era dorada del humor de Alberto Olmedo y Jorge Porcel. La televisión también le abrió las puertas: comerciales, papeles secundarios y pequeños pasos que, sin saberlo, lo estaban encaminando a un futuro brillante. En 1980 debutó en Los hermanos Torterolo, luego llegó Historia de un trepador, y en 1983, su rostro comenzó a hacerse familiar en Matrimonios y algo más, un clásico de la época. Y fue posterior a eso que comenzaría el torbellino, los proyectos que elevaron su nombre.
Un 6 de febrero de 1986 el cine argentino sumaba un nuevo hito con el estreno de Brigada Explosiva, una película que no solo daría inicio a una de las sagas más queridas por el público, sino que también se ganaría un lugar de honor en la historia de la comedia nacional.
No hubo pruebas de casting. Carlos Mentasti tenía una certeza absoluta: sabía exactamente qué quería y apostó a una fórmula que ya había conquistado a la audiencia televisiva. El elenco se armó con los rostros más populares del momento, asegurando el éxito antes de que las cámaras comenzaran a rodar.
El resultado fue un verdadero desfile de figuras icónicas. Además, del elenco principal –Emilio Disi, Gino Renni, Alberto Fernández de Rosa y Berugo Carámbula– Norman Erlich brilló como el temible Cicatriz, el villano que dejó su marca en la pantalla grande. A su lado, un joven y carismático Guillermo Francella, en el papel de Pelícano, ya comenzaba a demostrar ese carisma inconfundible que lo convertiría en una leyenda del cine y la televisión argentina.
El programa que conquistó Canal 13 en 1988, fue mucho más que un éxito televisivo: fue el trampolín definitivo para Guillermo, quien con su inolvidable personaje de Ricardo Rípoli se metió en el corazón de los argentinos y construyó una popularidad que no dejó de crecer con los años.
Lo que pocos saben es que la historia de este carismático carnicero tenía raíces más profundas. Seis años antes, Francella ya había dado vida a un personaje similar en Todos los días la misma historia, una ficción con guiones de Rodolfo Ledo y producción de Rodolfo Hoppe. Su papel era el de un carnicero que ingresaba a una casa y se enamoraba de la empleada. El personaje fue un verdadero hallazgo y dejó una huella imborrable en los creadores.
El tiempo pasó, pero Ricardo Rípoli no quedó en el olvido. Ledo y Hoppe decidieron darle su propio universo y presentaron el proyecto a Canal 13. La idea encantó, el canal dio luz verde y así nació la comedia que se convertiría en un fenómeno de audiencia y marcaría el despegue definitivo de Francella.
El reconocimiento no tardó en llegar: la serie cosechó varios premios y le valió su primer Martín Fierro como mejor actor de comedia.
En el universo del cine argentino, hay películas que marcan una época y se convierten en clásicos de culto y ésta es, sin dudas, una de ellas. La desopilante saga de cuatro películas, dirigida por Carlos Galettini, llevó el humor a otro nivel y quedó grabada en la memoria de varias generaciones.
Todo comienza con una premisa tan absurda como genial: dos legendarios excombatientes de Vietnam llegan en barco a Buenos Aires. Pero, en un giro inesperado, son envenenados y los personajes de Guillermo Francella y Emilio Disi, dos simpáticos marineros sin rumbo fijo, deciden vestirse con los uniformes de estos soldados para sacarse unas fotos… sin imaginar que este inocente juego cambiaría sus vidas para siempre.
La confusión no tarda en desatar el caos: son tomados por los verdaderos guerreros y sometidos a un brutal entrenamiento militar. Lo que sigue es un festival de acción y carcajadas en el que estos dos personajes, convertidos en Rambos tan torpes como entrañables, deben enfrentarse a los más insólitos y peligrosos enemigos.
Más que una simple comedia, se transformó en un emblema del cine humorístico nacional, un fenómeno que traspasó generaciones y sigue despertando nostalgia en quienes crecieron viendo las aventuras de este dúo explosivo.
De hecho, varios fueron los extractos y memes que traspasaron el tiempo y llegaron hasta nuestros días, incluso revisitados por el propio Francella, como esa icónica escena de Extermineitors 3 en que se lo ve traspasando una puerta y mirando al cielo asegura: “Hermosa mañana, ¿verdad?”.
A comienzos de los ’90, la televisión argentina estaba a punto de vivir un fenómeno inolvidable. Gustavo Yankelevich, por entonces flamante Gerente de Programación de Telefe, tenía una misión: traer de regreso el espíritu de Los Campanelli, el icónico programa de los años ’70. Para eso, recurrió a su creador, el legendario productor y autor Héctor Maselli, y juntos dieron vida a una nueva versión que marcaría una era.
En su concepción original, la historia giraba en torno a una familia de clase media, con un entrañable carpintero como patriarca, interpretado por Orlando Marconi. Pero fue Yankelevich quien tuvo una idea que cambiaría todo: incorporar a Guillermo Francella en el papel de su sobrino pícaro, mujeriego y carismático. El resultado fue inmediato: con su inconfundible humor, Francella se convirtió en la estrella absoluta de la serie.
El domingo al mediodía, un horario hasta entonces impensado para un éxito televisivo, se transformó en un ritual familiar. En 1991, por el ya privatizado Canal 11, se estrenó la serie en vivo, un desafío técnico y artístico que le imprimió una frescura única. Durante años, actores, actrices, cantantes y deportistas de primer nivel pasaron por la mesa de los Benvenuto, consolidando un programa que no solo batió récords de audiencia, sino que se grabó en la memoria colectiva.
El 21 de enero de 1992, un nuevo fenómeno llegaba a la televisión argentina: Brigada Cola, la serie que puso a Guillermo Francella y su equipo a luchar contra los malos… o al menos a intentarlo. Con su inconfundible mezcla de humor, acción y planes disparatados, este comando de élite se convirtió en un clásico instantáneo para toda una generación.
“Era como Brigada Explosiva, pero más dinámica“, recordaría años después Francella. Y no se equivocaba. La química entre los personajes y la combinación de aventura y comedia cautivó al público.
El impacto fue tan grande que la serie trascendió la pantalla y se trasladó al teatro, donde el furor se hizo tangible. “Fue algo muy fuerte verlo en vivo“, confesó Francella con emoción. ”Desconozco por dónde pasa esto de haber llegado a ser lo que fue“. Los éxitos, se sabe, por lo general no se explican demasiado.
La ficción fue mucho más que una historia de amor. Con Guillermo en el papel de Juan Guerrero, no solo arrasó en el rating, alcanzando picos de 30 puntos, sino que también puso el poliamor en el centro de la escena, un tema poco explorado en aquella época.
“Los trabajos que hice antes eran más para chicos“, recordaría en la previa del estreno. Pero con Naranja y media, su carrera daría un giro inesperado. Bajo los guiones de Fernando Román y con la pantalla de Telefe como escenario, el actor se sumergió en una historia de enredos amorosos que atrapó a todo el país.
Todo se dispara cuando su personaje atraviesa una crisis con su pareja Nati, interpretada por Millie Stegman, lo que los lleva a distanciarse. En medio de ese vacío, aparece Lali (Verónica Vieyra), y el amor florece. Sin embargo, cuando Juan y su esposa intentan recomponer la relación, surge el verdadero conflicto: ¿con quién quedarse? A partir de ahí, el relato se llena de giros inesperados, con exparejas, amigos y hasta un doble idéntico llamado Santiago Garibotti que suman aún más caos y humor a la trama.
El éxito fue arrollador. La serie traspasó fronteras, se vendió a varios países y consolidó a Francella como una figura indiscutida de la televisión más allá de la Argentina. Su trabajo en la novela le valió el Martín Fierro, un reconocimiento que lo hizo reflexionar sobre su carrera: “Me encantaría hacer algo dramático, pero en televisión es difícil que me den la oportunidad”, confesó. Ya llegaría la oportunidad.
Estrenado en la pantalla de Telefe, el programa no tardó en convertirse en un clásico del humor, con una fórmula imbatible: sketches desopilantes, personajes entrañables y el inconfundible sello de Francella.
Desde el primer episodio, la audiencia respondió con entusiasmo: casi 20 puntos de rating en su debut, un número extraordinario para la época. El show se extendió por dos temporadas, hasta 2002, y aunque los fanáticos esperaban una tercera entrega, el proyecto no pudo concretarse debido a los compromisos de su elenco en otras producciones. Pero eso no impidió que se convirtiera en un fenómeno que trascendió la pantalla.
El programa no solo fue un éxito de audiencia, sino que también cosechó varios premios y dejó una huella indeleble en la televisión argentina. Con parodias, canciones y guiños al público, logró lo que pocos programas: permanecer en la memoria colectiva y seguir generando carcajadas incluso años después de su emisión original. Este verano, el ciclo tuvo un breve regreso a la pantalla y permitió profundizar el debate sobre el humor y el paso del tiempo,
La versión argentina de la clásica sitcom, encarnando al inolvidable Pepe Argento fue inicialmente recibida con tibieza, pero se convirtió en un fenómeno de culto con el paso de los años. Su interpretación le valió un Martín Fierro al mejor actor de comedia y el cariño eterno del público. El programa se repite en Telefe hasta la actualidad, sus escenas más emblemáticas se reinventaron en memes y su versión teatral post pandemia fue un furor en todo el país.
En aquel ya lejano 2005, en un giro inesperado, se subió al escenario del teatro Lola Membrives para protagonizar Los Productores, de Mel Brooks, junto a Enrique Pinti. Fue su primer musical y, para sorpresa de muchos, fue un éxito rotundo.
Sin embargo, la comedia empezaba a quedar atrás. Guillermo sentía que había algo más para él. Quería demostrar que podía hacer otro tipo de papeles, que su talento iba más allá del humor. Pero los prejuicios estaban ahí. “Francella no va a poder evitar guiñarle el ojo a la cámara”, decían algunos productores. “El público no lo va a aceptar en un papel serio”, sentenciaban otros.