Campi: “Tenía 14 cuando mi casa estalló y la vida me hizo crecer a los sopapos”

05
Jun

Campi: “Tenía 14 cuando mi casa estalló y la vida me hizo crecer a los sopapos”

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Dice que la infancia “es la moral de cada uno” y regresa a mirarse para explicar quién es hoy. Un abuelo “maestro de mi dignidad y mentor de la creatividad que salvó mis carencias”. El bullying escolar. Una familia “con enojos y un intento de suicidio”. La depresión de su padre, “que reinventó nuestro vínculo”. Su pelea con el humor: “odiaba hacer reír”. Por qué quiso ser camionero y la “busca del mango” que lo llevó a ser hasta diseñador de moda. Confesiones del hombre de las mil máscaras.

Por aquí, la mesita clasificadora de plumas. De frente, un mesón de trabajo con cientos de adminículos de quién sabe qué planeta. Más allá, la “maquinola” de hacer plumeros. Y en medio, volaban mundos y un gran presagio. El abuelo Federico (“tan sabio, moral y juguetón”) tenía la magia y su taller era “el mejor de los refugios” para un niño “inquieto y solitario” que escapaba del tedio de esas horas de la tarde en las que “la tele era propiedad de las señoras”. Martín Mariano Campilongo (55) acepta regresar a buscarse en aquel sitio, en aquel vínculo (“que no he dejado de extrañar jamás”), para traerse de la mano y dar cuenta de por qué todo eso ha sido, según dice, “el hormigón armado en el que estoy parado”.

La soledad ha resultado buena socia para un único hijo “criado entre adultos” y con un enorme agravante: “¡Detestaba el fútbol! Lo que en Parque Patricios resultaba una condena”, cuenta el quemero por herencia. Pero aquel contratiempo para la socialización en una edad tan importante despertaría (para siempre) un gran talento: “Yo estaba obligado a inventar cosas capaces de tentar a los chicos del barrio y hacer que venir a lo de Campi fuese tan divertido como patear en una cancha”, explica el creador de, por ejemplo, una balsa con la que supo navegar en barra sobre el Río de la Plata. El taller fomentaba el uso de varias de las herramientas que hoy empuña en el estudio que montó en su casa, donde atesora pelucas, prótesis y máscaras hechas por él mismo en función de sus caracterizaciones. “Un modo de repetir mi propia historia reseteada”, concluye. Y, además, tal y cual lo ha hecho Federico, “ser artífice de memorias”, porque como cuenta: “Mis hijas convirtieron mi atelier en un ámbito más de juegos. Si alguna quería un caballito para saltar, yo la invitaba a construirlo juntos. Tiene otro valor… ¿viste?”, desliza con nostalgia y cierta satisfacción de un legado bien aprehendido.

 

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