Chiche Gelblung: “Tuve que pedir ayuda a un psicoanalista para entender y aceptar la muerte”

09
Abr

Chiche Gelblung: “Tuve que pedir ayuda a un psicoanalista para entender y aceptar la muerte”

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Dice haber tenido 80 desde su niñez, “complicada y sin alternativa”. El desafecto de sus padres. El trauma que dejó el trabajo infantil. La huida de una casa que era “el infierno”. Su paso por el delito. Las falsificaciones para poder “ser alguien”. El conmovedor vínculo con la hermanita a la que educó. Y mil memorias más que explican por qué su nombre siempre será una marca registrada.

Manoteó los 80 y los estrujó en su bolsillo antes de que hasta él mismo pudiese advertirlos. Porque, como dice, “siempre me he negado mi propia edad mirándome a la cara”. Y no se trata de un rapto de vanidad sino de (casi) un ejercicio. Después de todo, “y honestamente”, el paso del tiempo jamás le ha significado un problema. “Los grandes conflictos reales de mi vida son pretéritos”, señala. “Mi infancia fue complicada y sin alternativa. Ya a los 10 tenía 60. Imagínate a los 20…”. Por lo que, naturalmente nada, ni siquiera esa convención social (“la mirada y el sentido que los demás le dan a un número”), lo harán sentirse mayor. Entre tanto, para Samuel Chiche Gelblung (80)“sólo se es viejo cuando la curiosidad pierde su sitio y el último proyecto se te acaba”. Una suerte que hasta el momento no se ha dado el permiso de transitar.

Es por eso que, a esta altura de la soirée, y a diferencia del común de sus coetáneos, jura vivir sin retrovisor. “Ese tipo de balances o revisiones suelen sucederse al momento del retiro. Y estoy muy lejos de todo eso que, además, te deprime”, sentencia el conductor de Chiche 21 (Crónica TV), Hola Chiche (Radio Rivadavia), 70-20 Hoy (Canal 9) y director de Diario Veloz. “Quienes se retiran lo hacen cuando tienen una vida alternativa ya planeada. Y yo, esa vida, no la tengo aún ni sospechada”, asegura. Chiche guarda una “fantasía” por resolver. Es así que desafiando, con impronta, la teoría de Martin Baron (director de The Washington Post) sobre la agonía de los periódicos impresos, revela: “Quiero lanzar un diario de papel”. Un diario “popular como lo fuera Crítica y dispuesto a competir con Crónica, pero con mayor nivel, menos personas, buenas ideas y más primicias”, detalla aún a sabiendas de la dificultad que insumiría conseguir inversionistas. Apuesta fuerte a que “el acto de la lectura jamás se extinguirá” y elige creer que “al menos 40 mil” de los 44 millones de argentinos estarían dispuestos a seguir honrando este hábito que bien vale el paréntesis para marcar cierta diferencia generacional en el periodismo. “Las nuevas camadas tiene mayor y mejor formación, porque están más dotados en términos del idioma y las tecnologías. Pero no tienen nuestro background cultural. No hay conciencia de un pasado. Y eso tiene mucho que ver con que para ellos, leer es una verdadera tragedia”, sostiene.

En fin. “Ese es mi sueño. Y no voy a morir sin haberlo alcanzado”, impone respecto del “pendiente” que sobrevivió al intento de “bajar al ARA General Belgrano” en el contexto de “un programa que al parecer nadie entendió o no ha interesado a ninguna de las productoras en las que lo presenté”, como dijo alguna vez. Y en tren de la reflexión inicial, Chiche abrió una rendija ineludible haciendo mención a ciertos “conflictos pretéritos” que arrojarán esta charla a un terreno de mayor intimidad y más sensibilidad que el de una trayectoria profesional, de por sí, inabarcable ni en mil charlas. Y una pregunta se hace bandera de largada para este viaje: ¿La forma en que hemos sido mirados, queridos, abrazados de niños, explica quiénes somos y seremos para el resto de la vida? Él reconocerá cierta incidencia, “principalmente la de los contraejemplos”, durante ese recorrido de “dolores y contiendas” al que se animó a ponerle el pecho con apenas 14 años, “cuando decidí irme de casa”.

Gelbung tiene ganas de contar (y de contarse) esa historia una vez más. Desde este lado de la vida, y aunque quizás se enoje con la infidencia en esta misma línea, un poquito sí le gusta revisar, tal vez como refrenda. Como cuando sentado frente al ventanal abierto al inmenso jardín de su casa de Pilar, suele suspirar un: “Pensar que no tenía nada y mirá lo que he logrado”.

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