Hay dos maneras de tomar el sol: la incorrecta (provocando daños en nuestra piel, quemaduras, manchas…) y la saludable, con la que se consigue un bronceado perfecto sin perjudicar a la salud de nuestra piel.
Antes de tomar el sol hay que preparar la piel para la exposición solar con una exfoliación facial y corporal completa por varios motivos: se consigue una renovación de la piel, las células muertas se eliminan de manera que el tono y la textura se unifican. Se eliminan las células muertas y el cuerpo absorbe más rápido la vitamina D que otorga la energía solar, se carga de vitalidad y energía.
El verano es época de platos ligeros, frutas como la sandía, el melón… y es recomendable huir, en la medida de lo posible, de grasas saturadas, azúcares, alcohol… También es fundamental beber mucha agua ya que con temperaturas tan altas la piel tiende a deshidratarse. Para lograr un mejor bronceado, se recomiendan las aguas saborizadas naturales: jugo de limón con menta o frutos rojos. Los cítricos ganan lugar.
Durante los primeros días es recomendable elegir un factor de protección solar alto, 30 o más tanto facial como corporal. A medida que la piel se vaya dorando se puede ir disminuyendo el nivel de protección pero nunca eliminarlo. Si tenes la piel clara puedes optar un protector solar del 50 pero estos cosméticos son más densos, taponan los poros y asfixian la piel.
El factor de protección solar que elijas y la manera de cuidarte dependerá fundamentalmente del tipo de piel que tengas, más que del género de la persona (si es niño o muy adulto). Si tenes un fototipo claro y te quemas pronto tenes que elegir un protector solar más alto que si tenes una piel más resistente a los rayos del sol. Eso sí, tengas el fototipo que tengas, hay que usar siempre protector solar.
Estos son los los consejos que propuso Myriam Yébenes, directora del Instituto de Belleza y Medicina Estética Maribel Yébenes, para que disfrutar del sol este verano no se convierta en una actividad de riesgo.
