Los niños necesitan jugar; de hecho, es la forma natural en la que aprenden y una dimensión básica de su desarrollo. El juego debería ser libre en la mayoría de las ocasiones para permitir que los pequeños exploren y reconozcan el mundo en el que están. Sin embargo, con frecuencia, los adultos imponen sus reglas y canalizan también esta parte lúdica. ¿Por qué debería estimularse más el luego libre?
El juego libre fomenta la autonomía, una facultad muy necesaria ahora en que el nivel de sobreprotección de los padres es tan elevado. Cuando se sobreprotege a los hijos, “se convierten en dependientes, temerosos, frecuentemente con bajas autoestimas, inseguros, desconfiados y con miedo al error”, advierte Cristina Gutiérrez Lestón, educadora emocional y directora de La Granja Ability Training Center.
Dirigir constantemente al niño, incluso en el juego, es lanzarle el mensaje de “tú no puedes”. “Si a un adulto nos dirigieran así, nos pasaría exactamente lo mismo y nos sentiríamos personas no válidas, puesto que alguien nos ha de decir o hacerlo todo”, resalta la experta.
Cuando hay juego libre, el niño actúa por sí mismo y, además, entrena la motivación intrínseca (la que sale de dentro), que es mucho más productiva que la extrínseca, por la que el niño depende de estímulos externos para distraerse cuando se aburre. Para Cristina Gutiérrez Lestón, “con el aumento de la dependencia a las pantallas, resulta más interesante y urgente que nunca aprovecharlo”.
Cuando el niño tiene la oportunidad de jugar libremente puede entrenar sus habilidades sociales y regularse emocionalmente sin la intervención del adulto.
Al jugar con otros niños deben comunicarse con ellos, planificar y organizarse; es, pues, un entrenamiento muy efectivo en cuanto a las relaciones con otros. Pero, además, les ayuda a tolerar la frustración si no consiguen lo que quieren o imaginan y a fomentar su resiliencia.
“Los niños tienen una gran capacidad de asombro; la emoción de la sorpresa los lleva a la curiosidad, que es la base del aprendizaje (de hecho, esta emoción hace que abramos los ojos y la boca para ver y saber más de eso que nos ha sorprendido)”, explica la directora de La Granja Ability Training Center (www.lagranja.cat).
Cuando el niño siente curiosidad por lo que aprende, está más motivado y eso sucede cuando es él quien elige lo que le interesa y a qué quiere dedicar su tiempo de juego. Pero, además, tal como apunta la experta, tanto la curiosidad como la motivación se relacionan con la plasticidad cerebral y, por tanto, con la capacidad cognitiva en áreas como la memoria y la resolución de problemas, por ejemplo.
El juego libre permite a los niños resolver problemas de manera activa sin la intervención del adulto. Cuando están solos, disminuye la queja ante determinadas situaciones que no les agradan, que deben solucionar por sí mismos.
Ser autónomos en la toma de decisiones tiene una ventaja añadida y es que “disminuye el miedo al error que el ‘síndrome de la familia perfecta’ provoca (por ejemplo, cuando corregimos los deberes de nuestros hijos y en el fondo estamos diciendo ‘no te puedes equivocar’)”, explica la educadora emocional.
El juego libre es beneficioso a cualquier edad, pero si hay una franja en la que es particularmente ventajoso es la de los 0 a 7 años, “pues la plasticidad cerebral está en pleno desarrollo”, indica la especialista.
No obstante, en niños mayores y en adolescentes, el juego libre siempre seguirá siendo una opción muy interesante. “El juego libre es un verdadero entrenamiento de las soft skills (habilidades interpersonales), y es increíble lo que se puede conseguir en muy poco tiempo”, explica Cristina Gutiérrez Lestón.