Una de las mejores formas de socializar en la edad adulta es tener un perro y relacionarte con otros que lo tienen. Los corrillos en la plaza hablando de mascotas rápidamente se traducen en amistades y apoyo de “proximidad”. Tanto si tienes necesidad de abrir tu círculo de amigos como si lo haces por una cuestión de salud mental, los perros proveen de la excusa perfecta.
Sin embargo, a veces se hace muy pesado cuando, como dueños, tenemos que dar respuesta y explicaciones a una variedad heterodoxa de estímulos de desconocidos que recaen sobre nosotros y nuestro perro. Personas que silban al can para llamar su atención (¿a modo de saludo? ellos sabrán…), que comentan en alto algo sobre él, que tratan de ofrecerle una chuche, que le acarician sin más o que, incluso, preguntan si es chico o chica, y cómo se llama.
Si tienes un mínimo de espíritu crítico vendrá a tu mente una pregunta ¿por qué esta persona que no conozco y a la que probablemente nunca veré más en toda mi vida se preocupa por el género de mi perro y por su nombre? Ese es uno de los misterios del primer mundo. Tanto si eres el dueño del perro al que le ocurre como si eres el que pregunta, sabes que no siempre apetece parar tu paseo y responder preguntas superfluas de gente que no conoces.
Cuando nos acercamos al dueño de un perro, aunque nuestra única intención sea interactuar con el animal, debemos entender algo que instintivamente obviamos: es el dueño el que tiene en su mente un trayecto que tal vez estás retrasando, el que tendrá que responder a las preguntas que le hagas al can, y el que, en última instancia, permanece alerta ante cualquier cuestión que implique al perro.
Antes de dirigirte al perro, primero observa un mínimo a su dueño. Diversos estudios científicos apuntan a que cuando los humanos vemos perros por la calle, obviamos el aspecto y la presencia del dueño, y sin embargo esa es una cuestión capital. Como haríamos en un día común si tuviéramos que acercarnos a un desconocido, es vital determinar si el dueño está de buenas, si parece tener prisa o si, directamente, rehúsa a hablar con nosotros mediante su lenguaje corporal.
Es común que quienes se acercan a los perros desconocidos para acariciarlos y presentarles sus respetos son aquellos que no tienen perro, pero que les gustaría. Si sientes muy a menudo este impulso tal vez, antes que lanzarte a acariciar a todos los perros de tu ciudad, podría haber llegado el momento de pensar muy seriamente en adoptar.
De nada sirve conocer el nombre y el género de perros que pasarán de largo, ni siquiera acariciar furtivamente a canes de otros acallará ese deseo. ¿No sería más provechoso que tú mismo nombraras a tu mascota, que pronuncies su nombre con ilusión y complicidad, y que te ocupes de sus asuntos (veterinario, comida…)? Si te gusta acariciar perros plantéatelo: ¿has pensado en tener uno?
Teóricamente nadie debería molestarse porque acariciemos a su perro o le preguntemos el nombre. Pero la vida está construída a base de excepciones, y todas ellas confirman esa regla. Cuando te acercas a acariciar al perro de otro, no sabes hasta qué punto le puede molestar que lo hagas por higiene, o si tal vez eres tú quien debería pensárselo dos veces antes de meter la mano en una mata de pelo canino desconocido.
Un 2% de la población española padece tartamudez, y para el colectivo de personas que sufren este trastorno pronunciar palabras cortas que no tienen sinónimos puede significar un suplicio. Para un tartamudo, decir el nombre de su perro es una molesta prueba contínua contra la que enfrentan fortuitamente y bajo la arbitrariedad de que cualquier desconocido.
También, hay perros de terapia que no pueden permitirse ser acariciados, porque están amaestrados para cuidar a su dueño, y estas intromisiones le distraen y pueden modificar su comportamiento. Así mismo, hay perros con distintos traumas, adiestramientos concretos o manías, que hace que cualquier acción física que tengamos con el perro repercuta en su humor o comportamiento.
Otra de las excepciones con perros a los que un desconocido pretende saludar sería casi una ley de Murphy. Basta que el can tenga problemas digestivos, y que el dueño esté esperando a que el perro expulse un excremento, para que alguien irrumpa en el preciso instante en el que el can hace su ritual de deposición y está a 5 segundos de cumplir con su necesidad más imperiosa. Ante un sobresalto: el perro se cerrará en banda. Un saludo inesperado, y no hablemos de una caricia, haría abortar un proceso que tal vez el dueño lleva esperando varios minutos. Antes de sorprender a un perro desconocido con un saludo, recuerda que podrías estar irrumpiendo en su momento de intimidad más preciado.
Igual que hay personas que cada vez que piden comida en un restaurante parece que están echando los restos de la que será su última cena. Hay quien cuando acaricia a un perro necesita sacarse de encima todo el deseo de acariciar a un perro acumulado en los últimos días, semanas o meses. Cuando acaricies a un perro que no es el tuyo, hazlo con moderación, no sacies todo tu deseo de tener una mascota como si no hubiera mañana.
No realices ruidos agudos, hables de forma intensa o realices un masaje extenuante en su lomo. Los perros son muy sensibles a estos estímulos, y si cada vez que un perro adorable sale a la calle recibe este tipo de saludos, podríamos estar colaborando a que su estado de ánimo asocie la calle con cierto estrés, el perro podría sentirse confuso e incluso estresado con la mera idea de ver a desconocidos.
Ante todo, piensa que si vas a realizar un acto de cariño, el perro debería ser el más beneficiado. Piensa en ser cuidadoso, realizar un acercamiento al perro consensuado con el dueño (entre otras cosas, porque si no es consciente, tal vez tira de la correa indebidamente), acércate al perro mostrándole de forma gradual que pretendes acariciarle, para que comprenda tu intención. Y si ves que el perro rehúye el contacto, porque es tímido o porque no le gusta, no insistas: no merecería la pena.