Varios estudios científicos determinan que el canto de los pájaros está cambiando en cantidad, diversidad y complejidad. Los resultados no son nada halagüeños, los cambios detectados subrayan que el piar de los pájaros está experimentando un declive alarmante, debido a muchas cuestiones y todas relacionadas con los hábitos e interferencias generadas por los seres humanos en el hábitat de las aves.
Una reciente investigación publicada en Nature ha logrado comparar 200.000 grabaciones de audio, denominadas “paisajes sonoros”, pues se han grabado de forma que se generó un registro muy sofisticado, concreto y detallado del sonido del ambiente natural y urbano, donde se aprecia el canto de las aves y todo el sonido de su entorno. Estos paisajes sonoros han permitido realizar una comparación entre los últimos 25 años, y se ha determinado que en la última década los pájaros han variado tremendamente su sonido.
Muchas especies que se incorporaban a la “sinfonía” de las aves han desaparecido y casi se han erradicado durante la última década, y otras han disminuído su colonia. Por lo que el hábitat ha cambiado de forma radical. La convivencia e interacciones de los pájaros se han modificado y ahora el sonido que antes era un constante piar ha quedado enmudecido, y cuando no: los cantos son más leves y monótonos.
Que los pájaros dejen de cantar y que el sonido de la naturaleza esté cambiando hasta enmudecer no es sino el indicador de que se están produciendo cambios relevantes que implican menos salubridad para todas las especies, incluída la humana. Se dice que siempre que existan pájaros en un núcleo urbano es porque éste mantiene unos índices de calidad de vida suficientes: zonas verdes, arquitectura habitable por estas especies, pocas influencias electromagnéticas de antenas, polución controlada y contaminación acústica razonable. Que los pájaros estén desapareciendo es señal de todo lo contrario.
Para las personas el cantar de los pájaros parece una llamada de alegría, una forma de celebrar la vida. Y de alguna forma, esta apreciación puede estar en lo cierto. Los pájaros cantan generalmente cuando amanece o anochece, es el momento en el que la contaminación acústica es menor, es decir, prefieren momentos de silencio. Los pájaros, por tanto, no son amigos de sumar caos cacofónico al hábitat, sino de rellenar los instantes de paz con su cántico.
Hasta hace muy poco, si estábamos en un dormitorio con las persianas cerradas, podíamos saber que había amanecido en el exterior porque con los primeros rayos de sol las aves aprovechan para cantar. En el amanecer existe silencio, pero se hace la luz, dejan de estar cobijados de depredadores nocturnos, la temperatura es baja, el viento todavía está en calma, y todo ello ayuda a que las ondas sonoras se propaguen con mayor facilidad, velocidad y calidad.
De alguna forma, el cántico de los pájaros en el crepúsculo es similar a nuestras ganas de cantar en la ducha. Algo les dice que es el mejor momento, porque sonarán mejor acústicamente y con menos esfuerzo, y porque es el momento ideal para elevar el ánimo. En el caso de los pájaros, además, cantar sirve para marcar territorialidad y atraer a sus parejas para la cópula.
Cada especie de ave tiene su propio tipo de canto, lo que convierte al paisaje sonoro de las aves en plena naturaleza o incluso en la ciudad en una melodía que permite adentrarnos en la calidad medioambiental del entorno, según la riqueza de esa melodía estaremos viviendo en un lugar fértil o decrépito.
Una de las condiciones indispensables para que las aves canten es percibir que su sonido va a ser propagado con cierta facilidad. Los pájaros no pueden imprimir mucha energía en su canto, pues la necesitan para sobrevivir y ocuparse de cuestiones más importantes (conseguir comida, aparearse, protegerse). Por tanto las aves siempre eligen momentos y lugares para cantar en los que exista el silencio y las condiciones climatológicas vayan a favor.
El primer impedimento para que el canto de las aves haya desaparecido de las ciudades es el nivel de ruido que existe en las urbes actuales, muy por encima de los máximos permitidos por ellos. Esto dio como consecuencia una situación muy interesante a raíz del confinamiento por el COVID-19 de marzo de 2020: los pájaros empezaron a escucharse de nuevo. Este experimento involuntario se ha documentado y permite evidenciar que la actividad del ser humano impide que el ambiente en el que se desenvuelven los animales urbanos pueda desarrollarse y convivir sin interferencias. Cuando el confinamiento cesó, los pájaros volvieron a quedarse mudos.
El cambio climático también afecta a las aves. De forma concreta dificulta que los pájaros encuentren las temperaturas templadas que necesitan para cantarle al crepúsculo. Por otro lado, el gradual calentamiento de la tierra provoca que el hábitat de las aves se vea descompensado, muchas especies han emigrado y otras simplemente no han sobrevivido.